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miércoles, 6 de octubre de 2010

UNA CONDUCTA INDIGNANTE



Publicado por: TONATIUH MALDONADO.

Guillermo Alvarado
En MONCADA
Estupor causó al principio, pero después la más justificada indignación, cuando se conoció la información de que médicos de Estados Unidos inocularon entre mil 947 y mil 948 sífilis y otras enfermedades de transmisión sexual a unos MIL 600 guatemaltecos, en un experimento biomédico carente de la más elemental ética y justificación legal.
Fue un crimen atroz, una violación al derecho humanitario con todos los agravantes posibles. La acción se cometió en un país extranjero, presuntamente a espaldas de sus máximas autoridades, sin el conocimiento ni la anuencia de las víctimas que, por otra parte, pertenecían a sectores muy vulnerables de la sociedad: presos, prostitutas, enfermos mentales y hasta menores recluidos en un orfanato.
Para colmo, no hubo un seguimiento de la situación de las víctimas tras ser contagiadas, por lo que hasta el momento se ignora que fue de ellas, cuántas murieron y cuáles fueron las consecuencias de semejante atrocidad.
Paradójicamente, el médico estadounidense John Cutler, bajo la supervisión de R. C. Arnolds y John Mahoney, llevaron a cabo su infame trabajo al mismo tiempo que en Nuremberg su país lideraba el tribunal que condenó a muerte a varios nazis, precisamente por experimentar en pacientes judíos y de otras nacionalidades.
Durante seis décadas se mantuvo oculto este estudio y cuando el escándalo estallo el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y la secretaria de Estado, Hillary Clinton, se apresuraron a pedir disculpas a Guatemala, lo que constituye el clásico “demasiado tarde y demasiado poco”.
NO es, por supuesto, la primera vez que ocurre algo semejante. Hay pruebas que se hicieron con la misma población estadounidense siendo, quizás, el caso más paradigmático el experimento Tuskegee, que se prolongó desde mil 932 hasta mil 972, cuando sus detalles fueron revelados a la prensa.
La ya calificada como "posiblemente la más infame investigación biomédica de la historia de los Estados Unidos", consistió en inocular sífilis a 399 ciudadanos negros para estudiar el comportamiento del mal. Cuando en 1947 la penicilina era un tratamiento adecuado, se les ocultó la información y se impidió su uso, para poder continuar con su observación.
En 1972, 28 pacientes habían muerto de sífilis y 100 de complicaciones asociadas al mal, 40 mujeres fueron contagiadas por sus esposos y 19 niños la contrajeron al nacer.
Tras estallar el escándalo, el doctor John Heller, conductor del trabajo por muchos años dijo: “La situación de los hombres no justifica el debate ético. Ellos eran sujetos, no pacientes; eran material clínico, no gente enferma”. A su lado, Joseph Menguele es un niño de pecho.
Se sabe ahora que en los años 40 del siglo veinte se inyectó plutonio a personas hospitalizadas, que se administraron isótopos radiactivos a escolares en la avena del desayuno, todo ello para que los médicos militares pudiesen observar el efecto destructivo del material nuclear en seres humanos.
En marzo de 2008 le preguntaron al pastor protestante Jeremiah Wright, a la sazón guía espiritual del candidato presidencial Barack Obama, si creía que las autoridades habían mentido sobre el origen del SIDA y éste respondió que, tras actos como el experimento Tuskegee, el gobierno de Estados Unidos era capaz de hacer cualquier cosa.
Es indignante e intolerable la conducta que durante décadas ha mantenido Estados Unidos en materia de experimentos biomédicos. Lo terrible es que se trata del país que pretende administrar justicia mundial en materia de violaciones a los derechos humanos y terrorismo, prácticas de las que, por supuesto, siempre se excluye.
La Habana, 5-10-10



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