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domingo, 3 de octubre de 2010

Marxismo: ¿Se salvó algo del diluvio?



Publicado por: TONATIUH MALDONADO.

Marcos Winocur (Desde México. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

San Marx y San Lenin que estáis en los cielos...
“Yo no soy marxista” -la frase se atribuye a Marx. Como dicen los italianos, “se non è vero, è bene trovato”. Si no es cierto, merece serlo. Cuenta en esto una tendencia a la sacralización dentro de las organizaciones comunistas, donde “El Capital”, a pesar de poco leído, deviene con el tiempo artículo de fe, una suerte de Biblia teórica en la cual se podía confiar a ciegas. Había una sola lectura de los textos, la oficial. Lo cual tuvo por resultado multiplicar heterodoxias y herejías. El pensamiento marxista que no se dejaba florecer al interior de la URSS, China y otros países, en la periferia, por gracia de las compensaciones, se desbordó, resultando, en muchos casos, un aporte a la confusión general que prevalecía en Occidente. Uno no sabía qué resultaba peor, si el sectarismo autoritario o el “non sense”.

Es en general el peligro de los “ismos”. Trazan la raya maniquea y del otro lado queda lo maligno y lo “no existente”, a saber: si sucede algo que contradice mi discurso ¡al destierro! Quien piensa distinto de mí, está equivocado. Y lo que no entiendo, no existe. ¿Para mí no existe? Muy bien. Entonces, si soy Stalin, para nadie existe.

Un ejemplo elocuente del autoritarismo en el razonar se dio en vísperas de la invasión de Alemania a la URSS, cuando la II Guerra Mundial. Informes confidenciales y confiables llegan a Stalin indicando inminente ataque, y al mismo tiempo se confirma la noticia de una gran concentración de tropas alemanas a lo largo de la frontera... y Stalin diagnostica: no puede ser, Hitler no va a abrir un segundo frente cuando no ha acabado con Inglaterra, no creo que concentre tropas con fines ofensivos. Y bien, la URSS fue invadida dos días después, Hitler no pensaba como Stalin: supuso que Inglaterra, si bien país beligerante, había quedado neutralizada, y que en seis semanas conquistaría a la URSS tras un ataque sorpresa.

Otro caso resulta de la concepción cerrada sobre lo que dio en llamarse “imperialismo”, según el conocido libro de Lenin, quien toma el término de los escritos de Hilferding, y de éste y de Hobson, el enfoque general, ambos economistas de la época. Hoy, el concepto de “imperialismo” se corresponde aproximadamente con la expresión de “unipolar”, concentración de riqueza y poder. A pesar del peso que significa detentar el Estado, las ideas no se ponen automáticamente de su lado, ni se dejan esterilizar, defienden su autonomía a derecha y a izquierda. Naturalmente, la creatividad del pensamiento necesita oxígeno, que la sociedad preserve las libertades democráticas. En las organizaciones marxistas siempre se habló del tema y de la necesidad de revalorar un concepto asociado, el de superestructura, pero no se dio el paso necesario: reconocer la autonomía del pensamiento, incluso si nacido en el campo adversario y a su abrigo.

No digo “independencia” pues las condiciones materiales existentes dan origen al pensamiento, pero éste las reinterpreta en sucesivas lecturas, no se ata a la realidad que le ha dado origen. Y los seculares dos bandos se forman, conservadores y radicales, en actitud de sostener o de negar la correspondencia original entre realidad y pensamiento. A éste pronto le crecen alas y remonta vuelo tomando decisiones “por sus pistolas”. Pienso pues que es autónomo aun cuando no independiente. Esto significa que pueden haber variado las condiciones materiales que fueron cuna de un pensamiento (y de una ulterior estructura mental) sin que éste se de por aludido, o al revés: se adelanten a una realidad y proclamen hipótesis “subversivas”. En una palabra, realidad y pensamiento desarrollan velocidades distintas. Como alguien dijo: “cuando me supe todas las respuestas, habían cambiado todas las preguntas”.

Esto es particularmente cierto en el arte y en las ciencias. La física en la primera mitad del siglo XX y la biología y la cibernética en la segunda mitad, fueron resultados de una empiria y de una reflexión profunda como nunca vistas en la Historia. Y se dieron en países de Europa occidental y en Estados Unidos, no en contra de los gobiernos sino a su amparo, en una especie de neutralidad apolítica asumida por los científicos. A partir de la II Guerra Mundial, Estados Unidos fue monopolizando a los hombres de ciencia. Einstein, que se sepa, no fue ciudadano soviético. Y no solamente estoy hablando del teórico sin par de la física, sino del hombre que en carta personal decidió al Presidente Roosevelt a fabricar la bomba. Ni tampoco Plank o Heisenberg, Fermi u Oppenheimer. No nacieron en tierra rusa, que podía parir grandes escritores como Tolstoi o Dostoievski, pero no un laboratorio, con la conocida excepción del destinado a los experimentos de Pavlov.

Tal era el atraso vivido bajo el zarismo y legado a la URSS, que décadas de socialismo no lograron hacerla científica y tecnológicamente competitiva. ¿No tuvieron tiempo los soviéticos, dedicados a sobrevivir? ¿O no se dio prioridad suficiente a una política de impulso a la investigación científica y tecnológica, especialmente en áreas estratégicas? Ciertamente, no supieron crear o aprovechar los propios cuadros ni atraer los de fuera, como masivamente lo lograra Estados Unidos.

Vamos a un caso. Ciolkovsky (1857/1935) nacido en Rusia y que vivió en su país, profesor y estudioso, “resolvió --informa el Diccionario Enciclopédico Salvat-- los principales problemas matemáticos sobre las trayectorias de naves espaciales, investigó mezclas combustibles para la propulsión de cohetes y sugirió su utilización en varias etapas (...) diseñó un vehículo capaz de deslizarse sobre un colchón de aire.” ¡Y esto por los años treinta o antes! Fue un pionero, adelantándose a los investigadores de Occidente.

Ciolkovsky es hoy conocido como el padre de la cosmonáutica. ¿Quién en la URSS le dio su lugar y luego continuidad? Nadie en forma efectiva, con el apoyo del Estado, que se sepa. En cambio, un alemán, von Braun, retomó el hilo y fabricó para los nazis los cohetes explosivos que cayeron sobre Londres en la II Guerra Mundial, y ya experimentaba un misil de alcance intercontinental. El atraso científico y tecnológico de la Rusia zarista fue superado por la URSS pero no en medida suficiente en relación con los países competidores, y eso era lo que importaba.

Bajo Stalin, el esfuerzo productivo estuvo centrado en los planes quinquenales. El cumplimiento de las metas económicas allí fijadas se consideró prioritario, y ponía a prueba a la industria soviética estatal y planificada, como así a la colectivización en el campo, el cual debía ser velozmente mecanizado. La URSS buscaba ser capaz de proveer al consumo interno y a un tiempo dar una imagen de éxitos a los ojos del mundo. La obsesión de los planes quinquenales y de su cumplimiento fue insensiblemente dejando de lado el espíritu creativo y los proyectos de investigación tecnológica. En cambio, en Estados Unidos y en Europa occidental éstos fueron tradicionalmente alentados. En una palabra, en la URSS dominaba la fiebre cuantitativa: más trigo, más bicicletas, más vodka. Por el contrario, en la patria de Thomas Alva Edison y de Henry Ford se dio un equilibrio entre los volúmenes de producción y la productividad, entre lo cuantitativo y lo cualitativo.

De pronto un tornillo cambiado de lugar, una modificación en la cadena de montaje, hacía que en el mismo número de horas trabajadas se fabricara el doble de bienes de consumo. No faltaron en la URSS operarios que sobre el terreno advirtieron pequeñas modificaciones para grandes efectos, y fueron aceptadas. Nacían espontáneamente, sin responder a estímulos, se temía que del espíritu creativo se pasara a la crítica y de ésta a la oposición y al complot. Mejor, se consideraba en aquellos años, la uniformidad: que cada uno cumpliera su cuota en el plan quinquenal, y ya.

En EU una cobertura jurídica protegía al autor del hallazgo, una simple inscripción en el registro de patentes y el autor de la innovación podía dirigirse a los bancos para que financiaran su proyecto y, si las cosas marchaban bien, hacerse rico, que en Estados Unidos es sinónimo de importante: “tanto tienes, tanto vales”. Del self-made-man, se hizo una leyenda rosa. Sin embargo, el espíritu creativo tuvo su lugar en ese periodo del capitalismo y se conservó a medida que el siglo XX avanzaba... “personal computer”, genoma, telefonía celular, dan color a sus dos últimas décadas.

En ese sentido, cuando arreció la competencia con los soviéticos en los años de la guerra fría, los norteamericanos habían reforzado su experiencia de la etapa que venían de pasar, la II Guerra Mundial. Decididos en 1943 a abrir un nuevo frente de combate desembarcando en el continente europeo a partir de Inglaterra, ésta debía ser abastecida de todo el material necesario para tamaña empresa, máxime cuando los alemanes estaban fortificando todo el litoral marítimo desde Noruega a España. Además, éstos echaron mano de su flota submarina para impedir la llegada de los barcos norteamericanos a Inglaterra y también a la URSS, a la cual se había acordado ayudar.

Fue la batalla tecnológica de quién ganaba la virtud de hacerse invisible para el enemigo. Por naturaleza, lo era el submarino hasta que los ingleses inventaron el radar, detectando al enemigo bajo el agua cuando éste no había siquiera divisado barcos a través del periscopio. Pero los alemanes idearon un aparato que daba cuenta de la presencia de un radar operando, y rápidamente cambiaban de posición. Entonces los angloamericanos, trabajando ya en laboratorios con equipos técnicos y humanos de primera prioridad, emplearon longitudes de onda que quedaban invisibles para el aparato alemán. Y desde el aire cumplieron la tarea destructiva que habían sufrido a mano de los submarinos. Fue una batalla donde la mejor tecnología llevaba las cartas del triunfo militar.

Y sin embargo, la URSS había tenido el acierto de un construir un gigantesco tanque de guerra, el T-34, que asombró a los alemanes cuando la invadieron en l941. Pero ¿qué significaba en los términos de nuestra problemática? Una vez más, un avance cuantitativo, se aumentaban las funciones comunes a cualquier tanque: mayor potencia de fuego, mayor blindaje, buena velocidad de desplazamiento. Pero nada nuevo se le agregaba, no se trataba en rigor de un avance tecnológico, como en los casos del radar o de la bomba atómica, uno el vencedor de lo invisible, otra el Apocalipsis a partir de una nueva fuente de energía, desconocida hasta entonces en su aplicación práctica.

Y en la guerra como en la paz. Para librar con éxito la batalla por los mercados, la empresa que logre un avance tecnológico capaz de desalojar a los competidores, dejándolos con las bodegas llenas de mercancía obsoleta invendible, ésa se lleva el triunfo. De nada vale producir mucho si hay quien produce mejor, tal ha sido una lección para la URSS, a cuyo atraso secular vinieron a sumarse políticas erróneas.

A la par de las tecnologías, las ciencias conocieron en el siglo XX un impulso como nunca dado. La nueva física nos abrió los ojos ante las fuerzas “comprimidas” en el microcosmos al igual que el genio encerrado en la botella y, como a éste, dejadas en libertad por obra del hombre contra quien se vuelven. ¿De qué manera? Por primera vez en la Historia, la humanidad adquiere los poderes suficientes para suicidarse aportando el elemento clave para la correlación internacional de fuerzas: la energía nuclear hecha bomba, alumbrada por el proyecto Manhattan de Estados Unidos. Vino entonces Hiroshima. Si tras la II Guerra Mundial surgió un mundo bipolar, cuyo supuesto era el equilibrio del terror atómico, ocupar uno de esos dos polos no fue mérito de los dirigentes soviéticos ni de sus laboratorios de fisión nuclear, sino gracias a los servicios de espionaje de la URSS, a la voluntad de algunos científicos que le pasaron información convencidos que el monopolio nuclear era inaceptable y finalmente a un soviético, Andrej Sájarov, quien, aprovechando la información obtenida por esas vías, dio un paso adelante y fabricó la bomba de hidrógeno.
El equilibrio bipolar, mal que bien, se mantuvo sorteando los peligros de la guerra fría pero, poco a poco, Estados Unidos compensó con creces el desgajamiento de los países que se liberaban de su tutela a partir de la posguerra: resultó en definitiva ganadora de la carrera espacial, lo que tiene consecuencias en el campo militar donde los misiles, certeros como son los disparos de los satélites artificiales, juegan un rol de primera fila. Y finalmente, Estados Unidos, después de vacilar, queda en condiciones de plantearse el proyecto “Guerra de las galaxias” o de los misiles antimisiles. Persisten algunas dudas en cuanto a su eficacia y una certidumbre: ni la URSS ayer ni la Rusia actual estuvo ni está en condiciones de correr con los costos que implica un tal proyecto. Así, al carecer de una buena carta para jugar como réplica a la “Guerra de las galaxias”, Rusia se ve reducida a una posición pasiva: rezar para que los cielos premien su abandono del comunismo con un fracaso americano en los planes de blindar su espacio aéreo.

Así estamos. La correlación de fuerzas dicta sus órdenes a la coyuntura internacional. Y es cuando el hombre de hoy más quisiera cerrar los ojos para no ver un mundo que no se resigna a aceptar y se le antoja en camino del futuro pintado en la novela “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury. Las utopías se ponen entonces a la orden del día, se hacen contenido del imaginario colectivo. No logro transformar la realidad, el colosal intento del socialismo marxista vean cómo acabó. Pero nadie me puede quitar mis sueños. Y hay utopías del color que se quiera, desde las religiones tradicionales a las que predican el suicidio colectivo como vía para abordar el ovni que nos llevará a la estrella de la felicidad del tercer milenio.
Paradójicamente, se descubre un cierto “entrenamiento utópico” recogido desde las filas de las organizaciones comunistas mismas. Pues sí: dentro de ciertos límites, “estaba permitido” soñar con el futuro luminoso del comunismo. Más: ¡Lenin lo aconsejaba! Más: ¡lo dejó escrito en el libro donde preconiza un partido a la manera militar, el “¿Qué hacer?”! En esas páginas, Lenin hace suyas las expresiones de Písarev quien reivindica el soñar del hombre con “el cuadro totalmente acabado de la obra que bosqueja entre sus manos” como insustituible móvil para la acción. ¡Qué ironía! ¡Finalmente vino a resultar que el militante disciplinado y soñador no anticipaba golosamente la meta por la cual se batía, sino que ésta era imposible de alcanzar, esfumada al derrumbe de la URSS! Tal, el borroso rostro de la utopía.

Como decía Hegel y recordaba Marx, se trata de la ironía, la astucia de la Historia. Que tiene sus propios fines y no los revela antes de tiempo. ¿Es divinizar la Historia? En cierto sentido, sí. Como si ésta, misericordiosa, dejara fluir las utopías, bálsamo sobre las heridas que causan las realidades. Y envolviera el imaginario colectivo bajo la consigna de las Cruzadas, al rescate del Santo Sepulcro. O bien a la toma de la Bastilla creyendo inaugurar el reino de la “libertad, igualdad, fraternidad”, o del Palacio de Invierno en Rusia en nombre del comunismo, o al asalto del cielo cuando los comuneros en París, sin olvidar a Espartaco y a la rebelión de los esclavos bajo Roma. Esta última, es en particular elocuente. Dueños de la situación los rebeldes, pasaron a reorganizar la producción en amplias zonas devastadas por la guerra. Uno tiende a pensar que el nuevo marco social sería el de una asociación de hombres libres... pues, no: ¡resucitaron el esclavismo!

Así, el pasado. Pero el hombre no puede dejarse de futuribles -futuros posibles-. Y tampoco puede vacunarse contra las utopías ni está en sus manos adivinar en qué medida su imaginario ha sido contaminado, aun encontrándose de acuerdo con Calderón de la Barca: “y los sueños... sueños son.” Por eso, el hombre busca las lecciones de la Historia y con sorpresas se da: esto no salió como yo lo pensaba, esto otro salió justo al revés de cuanto la gente creía. “La Historia, esa pesadilla de la cual no logro despertar”, se dice en el “Ulises”, la novela señera de las letras contemporáneas, cuyo autor es James Joyce.

Durante los primeros años (1914-1917) de la Gran Guerra, Lenin se encontraba en el exilio madurando su tesis de convertir a ésta en revolución social, de donde escribe materiales de índole política. A la vez, hay horas en que poco resta por hacer en el exilio y Lenin no era persona de quedarse inactivo, escuchando los cañones a lo lejos. Decidió entonces ponerse al día en sus estudios filosóficos, leyendo y anotando a autores como Hegel, a quien, al parecer, sólo conocía a través de Marx y Engels. De ahí nacen los que más tarde serán editados bajo el nombre algo pomposo de “Cuadernos filosóficos”, consistentes en extractos y resúmenes de libros, agregando Lenin notas marginales. Una de la citas, perteneciente a Hegel, contiene esta idea: “los pueblos y los gobiernos jamás han aprendido nada de la Historia (...) cada periodo es demasiado singular para eso.”

Y Lenin apunta a un costado: “¡muy inteligente!”. Así, esta idea ya se manejaba entonces. La cuestión era saber cómo y cuándo aplicarla. La gran ruptura había tenido lugar en Rusia a la caída del ancien régime, zarista y feudal, sustituido en el acto por el proyecto socialista. ¿Dentro de este último, cesan de manifestarse las rupturas? Bien que de otra índole, se hacen presentes y son las propias de la época. Cada golpe dado por el boom tecnológico da de lleno en las fuerzas productivas, modifica su desarrollo en cuanto hace a la economía al interior del país e internacionalmente opera modificaciones dentro de la correlación de fuerzas.

A una época de la ciencia calzada con las botas de las siete leguas, de acumulación grandiosa del saber, se siguen décadas de aplicación y aprovechamiento de los conocimientos científicos. Édison resulta consecuencia de Faraday y Maxwell. Develada la naturaleza del electromagnetismo, quedó a punto para lo que se ofreciera: mover máquinas, iluminar el planeta, grabar el sonido.

Así estamos. ¿Y Marx? Bien que en su obra la “parte profética” anunciando la llegada del comunismo, ocupa un reducido lugar, sobre ella se fundamentó la gran esperanza. Una asociación de hombres libres donde ya no se polarizarán capital y dirección por un lado y por el otro, trabajo. Cada individuo combinará el quehacer manual con el intelectual, se borrarán las diferencias entre campo y ciudad, el Estado se extinguirá como órgano de poder, conservándose en tanto administrador. Una sociedad futura que escribirá en sus banderas: “De cada uno según sus capacidades, a cada uno según su necesidad”. Hace acordar al libro de Aldous Huxley titulado “Un mundo feliz”. Una humanidad así, superadas sus contradicciones internas, una “humanidad unificada”, para decirlo con las palabras de Gramsci, no tendrá otro trabajo que mirarse al espejo. Es cierto que el pleito con Mamacita Naturaleza puede seguir vigente quién sabe cuánto tiempo más, y así justificar la sobrevivencia de la humanidad o, al menos, de una minoría ilustrada: equipos de investigadores, expedicionarios, pobladores del sistema solar. Siempre un horizonte a superar en el macro y en el microcosmos. Y ello dar lugar a contradicciones dadas en un más alto nivel, sin necesidad la humanidad de vivir desangrándose a sí misma... “orita vemos”.

De todos modos, de no estar convencido, de no creer con fe religiosa en la próxima venida del comunismo, difícilmente se justifica el combate y el exigir el empleo óptimo de las fuerzas de cada comunista, como creía Lenin. Pienso que el “hombre de la calle” se automedica la utopía como fruto de la necesidad de construir dentro de su cabeza lo que siente no podrá hacer fuera de ella, en el mundo. Y en el caso del militante, la realidad es también el punto de partida de su prédica en un sentido opuesto, activo: transformarla, escribió Marx y los comunistas lo citábamos con frecuencia. ¿De qué se trata entonces? La utopía, soñar con ella, soporte del ánimo y, además, la manera de aventar toda duda: el futuro, lo hemos desentrañado y nos pertenece, camarada.

El fenómeno de las rupturas bajo el socialismo fue asimilado por Lenin en el plano económico como en el político. Ya los comunistas en el poder, es revelador comparar su discurso de los años 1919-1920 con el de 1922-1923. Tomemos el primer periodo señalado. Todavía entonces, Lenin, dirigiéndose al congreso de juventudes de toda Rusia, daba por un hecho:

“la generación que tiene hoy quince años y que de aquí a diez o veinte vivirá en una sociedad comunista.”

Así, la profecía calendarizada y alentadora: no se van a morir sin verlo y disfrutarlo -aseguraba Lenin a los jóvenes. Tal cual Jesucristo anunciando que “no pasará esta generación” sin que ocurra la venida del reino. De modo que, comunismo a la vista y calendarizado, utopía uno. Y utopía dos, otra vez en la palabra de Lenin:

“Hoy que el poder soviético se extiende por el mundo entero” -decía en un texto. Y en otro: “(...) hacia la victoria total de la revolución mundial.”

Así, utopía dos, la revolución mundial. Son citas que corresponden a 1919/1920, años todavía de euforia, bien que gastada, tanto en la URSS como fuera de ella. Pero las utopías comunistas se irán desgranando conforme se sucedan los fracasos, ningún movimiento marxista triunfó entonces más allá de las fronteras soviéticas, el país de Lenin quedó solo. La consigna, consecuentemente, fue reemplazada. En lugar de “revolución mundial” se adoptó la contraria de “revolución en un solo país”, y la llegada del comunismo a la URSS dejó de calendarizarse... hasta llegar a Kruschev, quien en 1960 la profetizó para 1980. Pero ésta es otra historia.

Cuando los años treinta, ya los nazis en el poder en Alemania, un tercer aspecto se resolvió por su contrario: la táctica a seguir por los movimientos comunistas en Europa. En lugar de “clase contra clase” se pasó a “frente popular”. Estos casos, que ilustran, más: que encuadran la aplicación práctica del marxismo entre los años veinte y treinta, significaron una revaloración de las propias fuerzas frente a los enemigos, concluyendo en el pase a una actitud defensiva. La URSS se las tendrá que arreglar sola, trabajar más y soñar menos... cuando mal no hubiera venido dirigir la imaginación no solamente hacia el futuro “luminoso” del comunismo sino tras los pasos de Ciolkovsky. Suyos fueron sueños que, vimos, tanto iban a incidir en la correlación internacional de fuerzas. Por su parte, el movimiento comunista mundial se dio a la tarea de buscar aliados en cada país, pues aislado iba a ser puesto fuera de combate, como ocurrió en la Alemania nazi y en otros países.

Y bien, buscando improbables y problemáticas analogías del hoy con el ayer, me he detenido en los últimos días de Lenin lúcido, allá por 1922-1923, antes que la enfermedad lo redujera al silencio. Es decir, cuando de desplegar las banderas se ha pasado a recogerlas. Precisamente, se trata de los documentos conocidos y que integran el testamento político de Lenin. No sólo en cuanto se refiere a su sucesor sino a la continuidad de los planes de gobierno, en particular la NEP (Nueva política económica). Ésta había sido puesta en marcha, y no se acallaban las polémicas suscitadas al seno mismo de los bolcheviques. La iniciativa había partido de Lenin, quien la defendía ardorosamente. ¿En qué consistía la NEP? Dicho en dos palabras, se trataba de un retroceso profundo: se suspendían los planes de colectivización en el campo, no tocar a los kulaks, campesinos ricos que acaparaban buena parte de las mejores tierras; y también se suspendían las expropiaciones en la industria, por el contrario, se llamaba a capitales extranjeros a invertir en Rusia soviética, incluso ofreciendo concesiones del subsuelo para la explotación minera.

Cuestión de vida o muerte, clamaba Lenin. Para él, en la coyuntura de posguerra que por entonces se vivía, la alternativa planteada ya no era entre socialismo y capitalismo, sino sobrevivir a como diera lugar. No había nada que pudiera anteponerse a esto: comer y no morir de hambre en el invierno para el pueblo; reconstruir la infraestructura de un país -el más extenso del mundo- al cual ni medios de transporte le habían quedado; y por nada del mundo perder los bolcheviques la confianza de las masas, las campesinas en especial. Así, la NEP ponía entre paréntesis al socialismo mientras durara la emergencia... o tal vez para siempre. ¿Quién podía asegurar una u otra cosa en esos momentos? Éste es el Lenin de 1922/1923. Además, tal tipo de medidas tendría sus efectos en lo internacional: iba a calmar en alguna medida a los capitalistas y sus gobiernos europeos, lanzados a la gran cruzada antisoviética. El entendimiento, la coexistencia, daban la impresión de reemplazar las esperanzas de otras revoluciones proletarias en Europa. En todo caso, el joven Estado soviético parecía, en las palabras de Lenin -líder indiscutido-, más bien inclinarse por un frío recuento de la correlación de fuerzas antes que la ideología. Tanto al interior de la URSS, como para guiar su política exterior.

En este punto me detengo, mi atención ha sido atraída por la referencia que el 23.01.23 hace el líder soviético a los “nepman”, los hombres de la NEP, sus directamente beneficiarios, “es decir -son palabras de Lenin-, la burguesía.” Y viene a resultar que los “nepman” son llamados a integrarse al “orden social de nuestra República Soviética” junto a quienes son sus dos columnas sostenedoras, los obreros y los campesinos. Ahora se sumaban los burgueses. De surgir serias divergencias entre estas clases, “la escisión sería inevitable”, concluye Lenin. Y ella era la sombra negra de los comunistas, la “funesta” amenaza. En ese sentido, los destinos del país soviético están en manos de las masas campesinas, según “marchen unidas con la clase obrera, fieles a su alianza, o permitan que los “nepman” los desunan, los separen.” Así, siempre en palabras de Lenin, la incorporación de la burguesía al “orden social” es una necesidad dentro el marco de la NEP y a la vez un peligro contra el cual previene Lenin al XII congreso del PCUS, al cual está dirigido el documento que venimos comentando (OC, 521, T 36, Akal, Mx, 1978). El hecho es incorporar los nuevos burgueses al “orden social”. Creo que, llamando las cosas por su nombre, es más adecuado decirlo así: a los organismos del Estado, a influenciar en las decisiones sobre los caminos que habrá de recorrer la NEP y en general la nación soviética. Esto es de una novedad absoluta, inédita para el pensamiento revolucionario de la época y que dejó a no pocos bolcheviques con la boca abierta.

Trotsky, en libro publicado en 1924, poco después de la muerte de Lenin, recuerda significativamente la opinión de éste unos años antes: “si no nos apoderamos así de la burguesía (con toda dureza, de tal manera que no le quede ni una rendija por donde escapar) lo vamos a pasar muy mal”. Palabras que, dichas en el congreso de los soviets en vísperas de la revolución, son una muestra del lenguaje corriente en esos días, sin excluir una dosis de demagogia. Ahora bien, producida la revolución, es cierto que, por más concesiones que se hicieran, el poder continuaba en manos comunistas. Pero donde Lenin se manifestaba dialéctico, Stalin no lo siguió. Para éste, se trataba de continuidad, no de rupturas. Cumplir con las metas del plan quinquenal en curso. Fue así cómo la URSS se industrializó en tiempo récord, logro difícilmente parangonable en la Historia. Pero el proceso tuvo su talón de Aquiles. El boom tecnológico tuvo la gentileza de esperar a que la URSS arreglara cuentas con el nazismo, y sólo después de la guerra entró en aceleración decretando la obsolescencia de numerosas ramas de la industria de preguerra.

Así, la URSS ganó la gran batalla militar por la sobrevivencia, pero perdió en el rearme industrial de posguerra. Y pagó caro por ese retraso, pagó con su piel.

¿Qué se puede decir hoy? Un mundo unipolar ha llenado el vacío dejado por la caída de la URSS. Por más que EU tenga a su frente a Rusia, no es lo mismo. Ésta ha dejado de ser respaldo de otras naciones para devenir capitalista... si puede. Sin contar que la Rusia de hoy quedará en desventaja frente a EU si el proyecto antimisiles, llamado “Guerra de las galaxias”, tiene mediano éxito en los próximos años en su intento de blindar el espacio aéreo de EU. Si el legado de Lenin hace ochenta años fue el de retroceder ante una situación extremadamente adversa, marcando los movimientos para una retirada con la menor pérdida posible, el legado de Gorbachov hace algo más de diez años fue el de ¡sálvese quien pueda! Tal vez contra su voluntad, tal vez las circunstancias lo rebasaron. No importa. El hecho es que hoy nadie sabe cómo ni hasta dónde retroceder, deteniéndose por lo menos un grado antes de la rendición incondicional. Muchos, por lo demás, se han adelantado a practicarla dando todo por perdido. Y en el otro extremo hay quienes prefieren acabar batallando, de pie, sin esperanzas o los ojos puestos en un milagro. Entre ambos extremos media una variante de concesiones, como el renunciar a una política de expropiación y puesta en manos del Estado de los resortes claves de la economía. Las posiciones intermedias son calco de programas de la socialdemocracia o de los partidos liberales de centro, y además ellos lo hacen mucho mejor que los arrepentidos de la izquierda. Entre la URSS del último Lenin (1922/l923) y la ausencia de la URSS que vivimos desde hace más de una década, media un abismo infranqueable donde las analogías son improbables y problemáticas. ¿O no?

¿Dónde está la NEP del siglo XXI? Tal vez se pueda dar con sus huellas en Cuba, China, Vietnam. Pero eso es válido nacionalmente. Ningún otro país cubre en el mundo el vacío dejado por la URSS, ninguno posee la varita mágica o la piedra filosofal para trasmutar lo unipolar en un nuevo equilibrio bipolar o multipolar. Pueden hacerse analogías entre retrocesos. Pero lo específico de la actual coyuntura internacional, es decir, la medida de retroceso que hoy se impone, puede ilustrarse en un sentido general, a saber: que no es pecado si las circunstancias históricas lo justifican. Pero no se deducirá ni por asomo de aquella URSS donde tronaba la voz de Lenin. Mientras la izquierda lo averigua, no estará de más apegarse a la defensa de la democracia, la lucha contra el hambre, la asistencia a la infancia, la sana ecología y otras consignas que otrora parecían sólo dignas de la caridad cristiana o de la herejía socialdemócrata.

El pragmatismo comparte el espacio con las utopías, la necesidad de sobrevivir está por encima de toda otra consideración. Se había vivido una borrachera, sonaba la hora de la cruda. Lenin todavía tuvo tiempo de escribir “El izquierdismo, enfermedad infantil de los comunistas”, cuyo título lo dice todo, mientras veía alzarse los fantasmas de las hambrunas, el sabotaje de clase, la guerra civil. Ese retroceso con los años llegó mucho más lejos de cuanto pudieran haber previsto los bolcheviques. El estalinismo primero, y después el repudio popular a lo que quedaba de la utopía socialista en manos de Gorby, cerraron el ciclo. Compitiendo con Estados Unidos, país desde hacía por lo menos dos siglos que disfrutaba de la revolución industrial; en jaque permanente, apuñaleada por los nazis y desangrada, la cifra de sus muertos en la guerra que se maneja hasta hoy es la de veinte millones; no habiendo logrado superar sus contradicciones internas, la URSS resistió a lo largo de setenta y cuatro años.
¿Qué nos queda? Mientras se averigua hasta dónde debe retroceder la izquierda en el mundo de los unipolares, nos queda rezar a nuestros San Marx y San Lenin que estáis en los cielos y en los corazones de los revolucionarios, benditos sean vuestros nombres, hágase vuestra voluntad así en la tierra como en el espacio exterior, dadnos nuestro sueño utópico de cada día, perdonad nuestras actitudes sectarias como nosotros perdonamos a socialdemócratas y liberales su anticomunismo, y haced que la correlación internacional de fuerzas algún día nos sea favorable, venga a nosotros el reino comunista, y no nos dejéis caer en las tentaciones de los capitalistas, mas libradnos de toda especie de fascismo. Amén.

5. CONCLUSIONES

Pero llega un momento en que la ironía caduca, la razón se niega a cerrar este escrito con la palabra de esa gran corrosiva. Usar de ella sin que domine la pluma, y menos si viene asociada al humor. Éste ayuda a sobrevivir pero raramente indica los caminos. Y de eso se trata. Y un dicho viene a colación: “A Dios rezando y con el mazo dando”.

Y entonces, en lugar de la ironía, otra gran corrosiva toma el relevo: la duda. Y ella interroga: ¿De qué estás hablando, a qué viene ese dicho, qué tiene que ver, cuál mazo, dónde está? ¿En los aviones que dieron a las Torres Gemelas...? Claro que no, los dioses nos libren de usar el mazo con tales fines, el terrorismo sólo sirve para hacer daño, en primer lugar a la causa que dice defender. ¿Dónde está entonces el mazo? En muchos lugares y en cada uno con su variante respecto del poder. En Seattle, como primer eslabón de una cadena de manifestaciones callejeras, donde los verdes marchan junto a la revolución punk, los desempleados junto a la guerrilla naturista, allí se levanta la protesta contra el poder. En los zapatistas de la montaña mexicana, los indígenas, los olvidados, los hijos de la tierra que declaran, por boca del “sub” Marcos, no estar interesados en el poder sino en un futuro donde todos plantemos árboles. En las ONG, que trabajan al margen del poder, y su arma consiste en la presión institucional sobre éste. En Cuba, que detenta el poder. En el movimiento de las madres de plaza de Mayo en Buenos Aires, ya devenidas abuelas tras cuarto de siglo de protesta pacífica contra el poder. Y en tantos otros lugares...

Pero ¿qué ocurre? Así todos los movimientos se sumen, no constituyen un mazo, apenas si un martillo de uso doméstico para poner un clavo en la pared y colgar el retrato de los abuelos. Con eso, enfrentar a los unipolares. Y entonces la duda pregunta, cerrando el escrito: ¿Llegará algún día el martillo a convertirse en mazo, en martiana honda de David? ¿O simplemente no existirán más los mazos, sólo martillos familiares? ¿O no habrá quiénes los empuñen? ¿O sí...? O si millones de brazos con pancartas en alto: “¡se nos hizo la utopía!”.

Mientras hay vida, hay esperanza.

Y me viene a la cabeza un viejo cuento, siempre invocado por un compa a quien decíamos “El Pibe”. Un condenado a muerte pidió al rey una última gracia. Le concediera un año y haría que en ese plazo un caballo volara. No pierdo nada, se dijo el rey, que ese día estaba de buenas, y le concedió la gracia. Te ganaste un año, le dijo un amigo al reo. Más que eso, contestó el aludido. En un año, pueden suceder muchas cosas. Puede morir el rey, e imploraré piedad al sucesor. Puedo morir yo, y entonces no me habrán quitado nada de mi vida. Pueden suceder muchas cosas... ¿y quién te dice que el caballo no vuele?

Que se escuche su galope en los cielos y en la tierra, brindo para que así sea.

La esperanza es lo último que se pierde.



:: HASTA LA VICTORIA SIEMPRE ::

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