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miércoles, 6 de julio de 2011

Miranda! El Precursor bizarro

Generalísimo Don Francisco de Miranda, por un largo tiempo tu alma bizarra y peregrina, cabalgó tras una verdad que no era un trono ni mucho menos una quimera. Era una realidad palpable con latidos y sangre en sus venas, separada por leguas de caminos de tu aura pero a su vez muy cerca de tu corazón. Al fin la encontraste, estaba sumergida dentro de un cántaro rebosado de lágrimas, muy sola, encadenada y oprimida. La acogisteis en tu regazo, la colmaste de besos y de caricias. Si, Majestad, fue tu anhelada verdad, una corona de espinas, la qué luego despertaría la conciencia soñolienta de todo un pueblo, de todo un continente. Sobre las alas del potro de los vientos gloriosos, Miranda se remontó en las alturas para rosar con su beso libertario, las blancas nubes que cubrían el cielo azul de la joven América norteña de George Washington, y una gran extensión de la vieja Europa de Napoleón Bonaparte y de Catalina la Grande de Rusia; quién ésta a su vez honra al caballero Miranda, cuando le nombra soldado de esa vasta Nación. Saboreó hasta el empalago, la miel que se escanciaba en la copa triunfal que celosamente guardaba en sus alforjas. A pesar que el inexorable tiempo y el duro batallar, quemaron una porción de su follaje primaveral, nunca le pareció tarde para una gran tarea comenzar. También se removieron las simientes del fondo de su alma combativa, cuando en uno de esos caminos que conducen a los campos de victorias, súbitamente hace un alto, bajo el domo campal, para prestar reflexiva atención a una trémula voz familiar que por su mente cruzaba, encubierta en medio del resonar de espadas, y con emoción nostálgica que le trituraba el pecho y arrinconado por los recuerdos, el absorto militar da media vuelta con vista al frente, ante el quejido de la Patria que lo reclama. Mariscal de la Francia revolucionaria, en lo adelante otro sería tu norte, al tener que renunciar a tu orgulloso papel de rompedor de cadenas en tierras foráneas. Ya de regreso a casa y adornando con sus naves de avanzada, el piélago azul, Miranda el soldado de las mil batallas, avizoraba en la distancia las costas de una hermosa tierra que daba la bienvenida al hijo ausente, que desde ese mismo instante, se convertía en una de las mayores tentativas embrionarias de libertad en pro de la Patria venezolana. Por atreverse a pintar sin más dogmas que la fe en su pueblo y de una pincelada un hermoso paisaje de libertad grande, el general de generales que recién llegaba, perdía su batalla más importante, la que al final lo desarraigó del prematuro útero patrio. Tú, Generalísimo Don Francisco de Miranda, de gran disposición estadista, tú que nunca preguntaste de dónde eran las cadenas que oprimían, tú igual ibas por ellas; a tal punto que tu propia majestad bizarra y precursora, se las tomó para sí allá en la Carraca; y en medio de sus frías paredes y de tu inclemente soledad, amasaste el candoroso sueño de esperanza americana. El joven Miranda capitán de Pensacola, largo como el recorrido de un anhelo eran los días y las noches, allí, capitán, detrás de la inmensidad oceánica, en un apartado y solitario lugar, donde el hastío y el ruido de viejos candados, se armonizaban para fustigar aún más tu pálida tristeza, la cual se esfumó cuando cesó tu mirar revolucionario. Miranda el guerrero emancipador, si hoy tu olímpica morada, es una de esas rutilantes y lejanas estrellas, hasta allá aún te llega como un canto en la nostálgica distancia, el relincho de briosos rocinantes al galope, llevando en sus lomos la subvertida espada que con vehemencia clama, que por ahora no la envainen, porque larga es la jornada, y hoy más que nunca, hostiles son las sombras que la cubren. Miranda el visionario. La fuerza impulsora de su pasión idealista le despejó las dudas al hombre del relevo y le condujo por caminos correctos, el mismo, pequeño y valiente hombre cuya estatura es un verso, y sólo se puede medir a través de la métrica de su grandeza y proeza; aquél minúsculo gigante que en su delirio interactúo con un viejo que tenía la voz del trueno, allá en la cima del Chimborazo; también fue ese genio de libertades, manantial de su pueblo resucitado, que ayer y por siempre arrojó sus desteñidas mortajas sobre el tendedero de un pasado oprobioso. Su Señoría, hasta más allá de la mar, viaja la memoria de todo un pueblo agradecido, atraído por la ausencia de tus mortales restos, envueltos en la suprema calma de ser repatriados algún día. De su retorno serán testigos las incesantes brisas de los cielos marinos, que cubren a los embravecidos mares, que en otrora navegasteis, trayendo a cuesta como un codiciado amuleto, el estandarte que a la Patria por vez primera le vistió de color. Don Francisco de Miranda, coronel de la Rusia, tu emblemática figura de hombre universal jamás será una entelequia en la esquina inerte de un tiempo. Miranda, el soldado del alma azul como el cielo, que le cubrió de gloria, hoy tu pueblo es un huerto en explosión fecunda de heroínas mujeres y aguerridos hombres. Miranda, el hombre gallardo de la sagrada gesta precursora, caíste sobre los pies del déspota, pero el sol de tu alma soberana nunca más se ocultó en el horizonte. Sí, señor General, sobre el horizonte azul que ayer parió el sol de continentes, hoy, más radiante, es y será por siempre la llama, que flameante emerge de la fragua de tus límpidas cenizas. Don Francisco de Miranda, el Generalísimo!!! Vuestra hazaña precursora en el verbo de un pueblo grande, como un humilde tributo en vuestro honor.

Julio César Carrillo julio.cesar.carrillo@hotmail.c​om



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